1983-2023 - El peronismo de Campana en los 40 años de continuidad democrática (por Oscar Trujillo)
En el marco de un convulsionado 2023, nuestra democracia transita una de las conmemoraciones más trascendentes de la historia reciente: la que celebra el final de la última dictadura cívico militar y el inicio de la transición democrática. Un proceso no exento de desencuentros, fracasos y sinsabores, pero con una innegable certeza convertida en principio vertebrador de la (re) construcción cívica de la Patria, la del ejercicio democrático como escenario de debate y discusión pacífica que permita consolidar acuerdos y consensos para la construcción de futuro.
Para el peronismo en su conjunto, desde los primeros días de ese proceso de restauración ciudadana iniciado en 1983, ese camino que se iniciaba implicó muchas lecciones. La del propio reencuentro después de la larga y trágica noche del genocidio, la persecución y el exilio, hasta la recuperación de los principios históricos esenciales de nuestro ideario, después de la claudicación que significó el arriamiento de esas ideas rectoras en la década de los 90.
En nuestra patria chica, el peronismo supo transitar los últimos años de la hegemonía política de Calixto Dellepiane apostando a un proceso de renovación que fue lento y azaroso; pero consecuente, pertinaz y por sobre todo, sincero, generoso y convocante. Fue esa renovación la que hizo posible que nuestros dirigentes apostaran a una joven y prometedora figura de la juventud para impulsar el último tramo de esa tarea: la que de la mano de Jorge Varela permitió a nuestro partido volver al gobierno municipal del que había sido desalojado por el golpe de 1955.
La lección de aquellos épicos procesos electorales de 1993 y 1995 podrían ser analizados de varias maneras y con distintos lentes. Una de esas posibles lecturas es la que nos permite ver como desde las claves más territoriales y humanas, el peronismo pudo reorganizarse, consolidarse y convertirse en una opción multiplicadora. En esa labor de consolidación, el ejercicio de un constante esfuerzo de diálogo y búsqueda de acuerdos jamás se detuvo. Nuestros dirigentes fueron capaces no sólo de discutir y confrontar, sino también de acordar y ceder posiciones en miras a un horizonte común. Y cuando esos acuerdos y consensos no fueron posibles en una mesa de diálogo, fueron las urnas de las elecciones internas las que ordenaron los liderazgos. Y lo hicieron no sólo con claridad, sino también con una enorme bonhomía y honestidad por quienes se sometieron a la decisión democrática de nuestros afiliados.
La muerte de Jorge Varela fue un golpe terrible no sólo en términos humanos. Por sobre todo, para nuestro proyecto político implicó la pérdida de esa brújula que había significado su enorme capacidad de conducción y su espíritu integrador, el mismo que había reconciliado al peronismo con el electorado local.
Hoy atravesamos coyunturas en extremo complejas.
Por un lado, un gobierno local consolidado con un proyecto que se posiciona en las antípodas de nuestro ideario: una administración oscura que gobierna sin respeto ni a las instituciones ni a las mínimas pautas del diálogo político que alguna vez habían honrado dirigentes de los partidos más tradicionales. Un gobierno que no tiene reparos en celebrar la desindustrialización y pulverización de ese empleo fabril que hizo de nuestra ciudad un emporio de desarrollo y que hoy sólo puede celebrar la inauguración de una hamburguesería. Un gobierno que impone tasas ilegales, que fomenta la especulación inmobiliaria en vez de un acceso más equitativo a la vivienda, que maltrata y humilla a sus propios empleados y que malgasta los recursos municipales sin pudor. La construcción de un nuevo concejo deliberante por la friolera de casi mil millones de pesos es sólo un ejemplo de esa impunidad.
Por otro lado, los discursos de odio y violencia afloran con una voracidad que no se avergüenza en resucitar juicios y sentencias antidemocráticos que creíamos sepultados debajo de las lecciones de la más elemental educación cívica. A cuarenta años de aquella gesta democrática, la ruptura del principio elemental de la eliminación de la violencia política, hecho realidad en esa arma gatillada en la cabeza de nuestra Vicepresidenta; o la manipulación tendenciosa del poder judicial como látigo disciplinador de la política nos obligan a reformular esos votos ciudadanos. Discursos y prácticas de odio que también nos atraviesan en la dimensión local, con demostraciones palmarias y alevosas de presión y persecución a la prensa; o descalificaciones y puestas en escena que atrasan y nos retrotraen a los más siniestros sótanos de aquella república perdida.
Para el peronismo de Campana, una de las enseñanzas que nuestra historia reciente nos invita a reflexionar como proyecto político, es que debemos ser capaces de tomar nota de nuestros logros y fracasos. Entre los primeros, ser capaces de reconocer que aquel liderazgo que pudo consagrar a Jorge Varela como el conductor de la unificación del peronismo de Campana no fue providencial. Fue fruto del espíritu oportuno y responsable de las compañeras y compañeros que supieron empoderarlo, acompañarlo y contener en el seno de nuestro proyecto de ciudad a cada vez más vecinas y vecinos. Ese peronismo que fue capaz de radicar industrias, generar empleo, modernizar la infraestructura de la ciudad y convocar a toda la población a soñar un plan de desarrollo estratégico consensuado, no se quedó sentado a esperar el nacimiento de un líder. Lo gestó, lo acompañó y lo empoderó.
El peronismo transformó Campana a mediados del siglo pasado, cuando hizo posible la recuperación de aquel destino industrial que soñaran nuestros pioneros con la radicación de Dálmine y Cometarsa. Esa línea virtuosa fue continuada por Armesto, Varela, Tonani y Giroldi; una historia que no sólo nos debe enorgullecer, sino que debe ser un rumbo a retomar y a armonizar con nuevas agendas de inclusión, desarrollo sostenible y participación comunitaria. Que reconozca el valor de compañeras y compañeros del movimiento obrero, de las nuevas expresiones de nuestra juventud, de las múltiples y diversas expresiones de la militancia social. Que dialogue con las fuerzas vivas, que convoque a profesionales y trabajadores, a artistas y pensadores, sin tachas ni rencores. Supimos hacerlo y podemos volver a hacerlo. Tenemos un enorme capital político y humano para empezar a desandar años de desencuentros y discordia.
Del mismo modo, hoy se impone la necesidad de habilitar una agenda interna de renovación política. Sin mezquindades ni dilaciones. Una convocatoria amplia y sincera a buscar los acuerdos imprescindibles para poder evitar que las aspiraciones individuales se conviertan en ambiciones que nos impidan consolidar un proyecto político que nos incluya y que sea capaz de ampliar las bases de los consensos. Una agenda que no descarte renunciamientos firmes a cualquier aspiración, en la que inscribo en primer lugar el mío. Que no disimule la discusión, ni tema a la voz de las urnas, pero que se construya sin miopías ni atajos cortoplacistas. Un compromiso firme que incluya no sólo a nuestros referentes de máxima responsabilidad, sino que también se multiplique desde abajo, desde esa política “al ras del suelo” que supo caracterizar a nuestra militancia. Más allá de una elección. Pensando generosamente en el futuro de nuestra ciudad.
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