Eva Perón (1919-52): La siguen odiando
Por Daniel Víctor Sosa *
Especial para Código Plural
Casi 80 años después de aquel encuentro entre el coronel y la actriz que con el tiempo iba a convertirse en figura estelar la escena política nacional, se renuevan las expresiones de amor y odio por sus dichos y sus hechos. Antes apuntadas a su presencia, hoy dirigidas a su memoria.
Es evidente que la manifestaciones de afecto hacia María Eva Duarte de Perón surgieron de multitudes populares. Mientras fueron sectores minoritarios (oligarcas definiría ella) quienes la despreciaron e insultaron sin piedad.
Estos últimos reiteran desde entonces una serie de “argumentos” falaces y tergiversaciones pergeñadas durante un largo cuarto de siglo de dictaduras y proscripción (entre 1955 y 1983, con la excepción del breve lapso de 1973-76).
En este nuevo aniversario de su paso a la inmortalidad, el 26 de julio de 1952, se resume a continuación una mínima parte de ese cúmulo de vituperios hacia Evita, incluidas en dos fuentes textuales.
Muestras de insidia e intolerancia, pero fallidas en su intento de borrar un ejemplo único en la historia de avances del Pueblo argentino.
Del “Libro negro de la segunda tiranía”, Comisión Nacional de Investigaciones, 1958.
No es fácil saber con precisión lo que cada uno de aquellos creó en la común dictadura. Ella recibía ideas, pero ponía pasión y coraje. El dictador simulaba muchas cosas; ella, casi ninguna. Era una fierecilla indomable, agresiva, espontánea, tal vez poco femenina.
La naturaleza la había dotado de agradables rasgos físicos que acentuó cuando la propicia fortuna le permitió lucir joyas y vestidos esplendorosos. Desquitábase así de la propia miseria no olvidada, de sus recientes frustraciones de artista inadvertida y sin porvenir.
Su muerte temprana evitó al país más graves perturbaciones. Eva Perón fue el más extraordinario elemento de propaganda que tuvo el dictador. Su fuego íntimo, su decisión en los momentos difíciles, su actividad inagotable, y también su decisión por toda forma convencional en lo social y en lo político, sirvióle para someter voluntades esquivas, mantener permanente contacto con las clases populares, organizar la rama femenina del “movimiento”, excitar las multitudes, crear y acrecentar rencores, y sobre todo exaltar su nombre y su obra en todo lugar y momento.
El dictador dejaba hacer a “la señora”. Sabía que sus arrebatos convencían a las gentes primarias más que sus propios discursos de adoctrinamiento; que llegaba al corazón de los humildes más que él. No le inmutaban sus palabras de admiración delirante a su persona porque le servían ante el pueblo.
Eva Perón sirvió para crear el mito de Perón; luego se creó, con apoyo de Perón, el mito de Eva. Sobre los mitos en la conducción política no habló el dictador en las clases que hemos mencionado, como tampoco habló de sus oscuros métodos de dominación y represión. Eso queda para la historia y para la psiquiatría.
De “La mujer del látigo: Eva Perón”, Mary Main, 1956.
El aprendizaje de Eva no fue en la escuela sino en su casa, hogar poco tierno para los sueños de la juventud. Se le inculcó desde el principio que la vida es una lucha en la que triunfan los más duros y los más inescrupulosos; que no podía permitirse el riesgo de dejar una ventaja a nadie y que el hombre es el enemigo por excelencia o un tonto del cual toda muchacha inteligente puede sacar provecho.
No supo de la ternura que puede existir entre los sexos y mucho menos de romances o de compañerismo. La vinculación entre un hombre y una mujer era una batalla en la que uno debía ser necesariamente víctima, de manera que toda comunicación entre ambos estaba falseada por la insinceridad y el engaño”.
Eva llegó al teatro por intrigas y no por dedicación; por el manejo de terceros y no por el estudio. Es cierto que su medio no le había enseñado otros procedimientos para alcanzar el éxito, pero utilizó su poder sobre los hombres con una energía y una crueldad que la hubieran transformado en gran actriz si las hubiera aplicado para perfeccionar su arte.
Examinando su trayectoria parecería que poseyó dotes excepcionales –irreductible egoísmo y desvergonzada temeridad– para atraer a hombres influyentes y manejarlos después.
Perón y Eva hicieron mucho más que destruir la economía del país. Destruyeron el espíritu de la Nación atemorizando al honesto, corrompiendo a los simples y encarnizando a la gente de valor, y llevaron la espuria uniformidad política a un pueblo de individualistas.
* Autor del libro "EL MONSTRUO Y LA FIESTA. Barricadas peronistas y opositoras allá lejos y hace tiempo".
Daniel Víctor Sosa (1955) es periodista. Entre 2004 y comienzos de 2022, se desempeñó en la Agencia Nacional de Noticias Télam como prosecretario de Redacción. Su actividad profesional comenzó como redactor en el diario El Cronista (1978) y, luego, fue jefe de la sección Economía & Finanzas del diario La Voz (1982-1985). Formó parte del grupo fundador del diario Página/12 (1987), donde dirigió durante nueve años la sección Economía, en la que se desempeñaban profesionales de la talla de Alfredo Zaiat y Marcelo Zlotogwiazda, entre otros. Condujo las secciones de información económica y financiera de los diarios La Prensa (1996) y BAE (1997-1999). De forma simultánea, realizó colaboraciones en revistas y programas radiales sobre temas relacionados con la política económica. Actualmente, integra la redacción del periódico Acción y dirige el sitio web sumeria.ar, dedicado a la literatura argentina y latinoamericana. A lo largo de su carrera profesional, realizó coberturas periodísticas en Angola, Arabia Saudita, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, China, Dubái, Estados Unidos, Francia, Indonesia, Uruguay y Vietnam. |
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