Pablo Alejandro Monterrosa: Mi historia como garantía
Nació en la cárcel de La Plata en el año 1976, fue criado por sus abuelos maternos en la zona insular de Campana. Luego de la partida de su abuelo, lanchero de la zona del INTA, el 23 de Septiembre de 1986 se vinieron a vivir a la zona continental. Ante la avanzada de la enfermedad de su abuela a quien consideraba su mamá, debió salir a trabajar con tan solo 10 años vendiendo pan casero en la calle para poder comer y comprar los remedios necesarios
Luis Ignacio Ibáñez
DNI 25691492
Su abuela partió en 1990. Quedó solo. Deambuló. La soledad fue su única compañera ante la indiferencia de la sociedad. Sufrió hambre, sufrió frío, conoció el trabajo infantil esclavo. Pablo tenía 14 años y ya sufría en carne propia la bipolaridad de la sociedad que condena el abandono infantil pero que mira para otro lado cuando ve una carita sucia en el semáforo.
En el verano de 1991 mi familia debió ocupar la vieja casa Romano (en el barrio homónimo) para evitar que sea finalmente vaciada por los “amigos” de lo ajeno. Todo el esfuerzo de mi abuelo Alberto y mi abuela Oliva para irse a vivir a la casona, ya truncado anteriormente por la epilepsia, estaba desapareciendo de a poco por los hurtos y el vandalismo. Así, junto a mis viejos y mi hermano Mati nos fuimos al barrio Romano. De a poco, Mati y yo fuimos adaptándonos al nuevo escenario, a la nueva realidad. Nuevos amigos fueron apareciendo y en algún momento de esos años, entre ellos un pibe flaco, muy flaco (le decíamos “El Flaco”), salvaje, dinámico, de piña fácil, de gomera colgada en el cuello, de corazón enorme. Pablo iba a jugar a casa casi todos los días, con la misma ropa. No sabíamos que vivía en un auto abandonado a 1 cuadra de ahí.
Un día de 1992 o 1993 Pablo habló con mis viejos Luis y Graciela. Yo no estuve presente pero según cuenta él mismo cada vez que puede, les pidió que le alquilen una pieza para ir a dormir y poder así, abandonar el Rambler Ambassador desarmado de Cachito Noir. Ahora que Juan Carlos, del Bar “El Cacique” le había dado trabajo estable, él podía pagarse una habitación. Mis viejos le dijeron que podía quedarse todo el tiempo que quisiera sin pagar nada a cambio de que termine los estudios.
Aunque este relato sea de la historia de Pablo quiero hacer un pequeño homenaje a mis viejos que con esta acción nos dieron a Mati y a mí, la mejor enseñanza de nuestras vidas. El “Negro” y Graciela le habían dado un gran regalo a Pablo, quien a partir de ese momento, pasaba a ser un integrante más de nuestra familia. El hermano mayor (que se comportaba como el menor de los 3…) con el que compartí habitación por 2 años. Con él conocí el barrio, aprendí a caminar las calles de tosca, a perderle el miedo a la noche, a dormir poco, a comer poco, a rebuscármelas con poco, a llenar la panza (que no es lo mismo que alimentarse) con casi nada.
Vivimos en el barrio Romano hasta 1994 cuando mi familia estalló. Cancer, metástasis, divorcios, llanto, tristeza, dolor, peleas, engaños, incertidumbres, mentiras, verdades, muerte…
Estuvimos juntos unos años más en una casa prestada en Rawson 171 y luego en la casa donde nací en 9 de Julio y Berutti. En el momento más duro de mi vida Pablo asumió su rol de hermano mayor y evitó que me cayera. Sin darse cuenta le devolvió a mi vieja el favor que le había hecho cuando lo invitó a dormir en casa: Pablo evitó con su presencia y compañía que Mati y yo nos derrumbemos.
Casi sin percibirlo seguimos con nuestras vidas y de a poco fuimos distanciándonos. Seguramente cometimos infinidad de errores. Seguramente hicimos cosas que no debimos hacer. Pero no es la intención de esta columna justificar mis acciones sino adoptar mi rol, difuso y “compartido” con Pablo, de hermano mayor y recordarle al lector que Pablo es una persona más. Como dice él mismo “simple vecino” pero con un sentido de altruismo descomunal. Que tiene errores y aciertos, miserias y virtudes. Que hizo una casita para Jorge, una casita para Wenceslao, que consiguió infinidad de sillas de ruedas, muletas, medicamentos, que IMPORTÓ respiradores del exterior, que puso una bomba de agua en una comunidad aborigen en el Norte Argentino, Que sacó al menos por unos días a Jorge Mora del caño donde vive, que ayuda a infinidad de comedores comunitarios, que lleva FAMILIAS ENTERAS en situación de calle a vivir a su casa, que junto a Claudia y Antonia recorren la Argentina llevando y trayendo ayuda.
Pablo es el mismo que soporta las miradas “raras” de algunos sectores del gobierno y de los organismos que debieran ocuparse de encontrar y solucionar las necesidades que él encuentra. El que soporta que lo traten de “negrito ignorante” cuando dice verdades. El que debe aclarar a todo momento que no pertenece a ningún sector político partidario. Pero también es la persona que podría hacer cosas aún más grandes si tuviera el apoyo necesario de quien tiene las herramientas y la obligación de instrumentar las leyes vigentes.
Pablo se presentó el pasado Jueves 5 por segunda vez en la banca abierta del Honorable Consejo Deliberante para pedir que se cumpla la ley provincial 13956 de asistencia a personas en situación de calle. Por segunda vez, la primera no lograron oírlo.
Acompaño como muchxs a Pablo en el pedido de la creación de una Casa de Abrigo para personas en situación de calle y apelo a la inteligencia del Poder Ejecutivo de Campana para que nombre encargado de dicha Casa a Pablo Alejandro Monterrosa. Dejo nuestra historia personal plasmada en estas líneas como garantía de su integridad, transparencia, voluntad y capacidad para dirigirla.
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