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VIDEO: Pandemia y urbanismo II: Crisis y saneamiento (por Jorge Bader)

En este segundo video de la serie, el prestigioso arquitecto explica mediante el concepto de planeamiento las obras de saneamiento llevadas a cabo en la ''Vieja y sucia Londres'' del ''Gran Hedor'' de mediados del siglo XIX, que estuvieron a cargo del ingeniero Joseph Bazalgette, y que resolvieron los graves problemas sanitarios que la ciudad venía acarreando. Mirá el video (versión en texto disponible).

Pandemia y urbanismo II: Crisis y saneamiento (por Jorge Bader)


Volviendo a los hechos históricos que marcaron el urbanismo, y que hicieron que las ciudades se proyectaran hacia adelante en su evolución, quiero centrarme en el tema del saneamiento urbano. Según el historiador Leonardo Benévolo, las ciudades sufrieron fuertes cambios a partir de dos circunstancias particulares. La primera, el crecimiento poblacional desmedido derivado precisamente de esta industrialización creciente y, por supuesto, las pandemias y conflictos sanitarios que surgieron por esa densificación extrema. Y la segunda circunstancia, como catalizador del desarrollo urbano posterior, fue la destrucción que sufrieron las ciudades por las guerras mundiales.

Joseph Bazalgette

Habitualmente, cuando se habla de estos temas se hace mención concreta a dos ciudades paradigmáticas que son Londres y París, que fueron las ciudades que hicieron punta. Prácticamente en todo lo que tuvo que ver con grandes obras de saneamiento y reformas urbanas muy importantes. Particularmente quiero concentrarme en esta charla en el tema de Londres, y específicamente en el caso del ingeniero Joseph Bazalgette, que fue el responsable de las obras de saneamiento del Londres de 1850. Las urbanizaciones obreras desarrolladas por los especuladores urbanos, los "Jerry Builders", proliferaban en pleno auge de la época de migraciones rurales a la ciudad con motivo de la industrialización creciente. Y en esas casas paupérrimas no había ningún tipo de local sanitario. Esto hacía que la gente arrojara con baldes directamente a sus necesidades a la calle. Es bastante conocida la anécdota que conté ya en otra oportunidad de la expresión ‘’Agua va’’, que era el grito que proferían las personas al momento de arrojar los líquidos para anticiparle a los ocasionales transeúntes la lluvia que se venía, y prevenirlos para que tomaran sus recaudos protegiéndose. Varios grabados de la época reflejan esta anécdota, y a esto hay que agregarle las interesantísimas crónicas del libro ‘’Antiguo y sucio Londres’’ (Dirty Old London: The Victorian Fight Against Filth, en inglés) de Lee Jackson, que expresa que en el Londres de esa época había aproximadamente 300000 caballos y esto producía unas 1000 toneladas de estiércol por día. Esta circunstancia había dado lugar a un horrible trabajo infantil, ya que se empleaban niños de 12 a 14 años para que, esquivando el tráfico, intentaran recoger el excremento tan pronto como éste se genera. Esta situación fue responsable de un desastre sanitario que pronto generó en el río Támesis una suerte de cloaca a cielo abierto. Por otro lado, también resultaba sumamente complejo el tema de atender los pozos negros de las casas periféricas, y cuando se saturaban no se podían vaciar, así que sus resultados se volcaban también a las calles. Así que las calles eran calles intrincadas, estrechas y llenas de barros residuales.


Hacia el año 1858, en un verano tremendamente cálido y húmedo, inusual en la ciudad de Londres, se produjo un fenómeno de saturación y la putrefacción generó un olor insoportable. Esto se conoció históricamente como el ‘’Gran Hedor’’ -de gran olor-. La combinación de los desechos, las ratas y los trabajos insalubres en condiciones de higiene deficitaria dieron origen a todo tipo de enfermedades. La epidemia del cólera fue un detonante para que se diera inicio al primer esfuerzo organizado de planificación urbanística, sanitaria y ambiental, liderada precisamente en lo sanitario por el ingeniero Joseph Bazalgette.

''The silent highwayman'', la muerte ronda sobre el Támesis, reclamando la vida de los que no pagan por la limpieza del río, durante el Gran Hedor, Your money or your life, caricatura de la época de la revista Punch (julio de 1858)

Este profesional diseñó una red de desagües enterrada. Su proyecto fue muy criticado en ese tiempo porque planteó la disyuntiva que se da siempre en las obras públicas, que es o resolver la coyuntura con algo que nos saque rápidamente del paso o hacemos una obra con el suficiente sustento, que por supuesto también es lo suficientemente más caro, para que dure por los siglos. Y esta fue la decisión de Bazalgette que, a la luz de los hechos, fue indudablemente la opción más correcta. Él decidió hacer una serie de túneles revestidos con ladrillos de una dimensión extraordinaria para esa época, llevando un sistema de desagües medievales a cielo abierto a una ciudad de casi 2,5 millones de habitantes a la modernidad del siglo XIX. En esta obra trabajaron 22000 trabajadores y se usaron prácticamente 318 millones de ladrillos. Se volcaron unos 670 mil metros cúbicos de un hormigón que se formuló específicamente para este caso, y se movieron 2,7 millones de metros cúbicos de tierra. Todo esto lo cuento para dar idea de la magnitud de esta obra que se hizo prácticamente a fuerza de mano de obra. El proyecto consistía en la construcción de seis colectores mayores de 132 kilómetros de longitud que recogían el flujo de otros 720 kilómetros de colectores menores. Obviamente, lo que le preocupaba al Gobierno en esa época era sacar las aguas servidas de la ciudad rápidamente y no había ningún tipo de tratamiento. Sólo se volcaba esto directamente al Támesis, pero sacándolo de la ciudad, que era donde estaban los focos infecciosos más importantes. Las obras de tratamiento del Támesis fueron, por supuesto, muy posteriores.

Bazalgette, el ingeniero olvidado que forjó la Londres moderna, junto a su obra

Esta obra tardó 30 años en ejecutarse, así que las consecuencias de semejante nivel de contaminación persistieron durante muchos años. Bazalgette era un individuo de un comportamiento obsesivo lo que hoy llamaríamos un workaholic, un señor que vivía para trabajar. Le dedicó su vida a esta obra. Trabajaba permanentemente y verificó y supervisó prácticamente todo el desarrollo de la obra. No obstante eso, no descuidó su familia: tuvo seis hijos y cuatro hijas. Así que, parafraseando a García Márquez, no faltó el amor en tiempos del cólera.

Las pestes y las epidemias han sido históricamente utilizadas como grandes disparadores de reformas sociales, pero también han sido aprovechadas como correctores sociales en beneficio de ciertos intereses. Esto, por supuesto, ha quedado perfectamente documentado en la historia, y también hay muchas citas literarias al respecto. Siempre recuerdo esa parte del libro Teresa Bautista, ‘’Cansada de guerra’’, donde el capital reflexiona y dice: ‘’Las pestes son necesarias y beneméritas. Sin ellas, ¿cómo mantener a la sociedad constituida y contener al pueblo, que es la peor de todas las plagas? Y termina reflexionando: imagínese, compañero, si esta gente gozara de buena salud y encima supiera leer…es un peligro que atemoriza.


Bueno, mi reflexión final es que hay que pensar en el día después. El día después a esta circunstancia implica reconstruir la economía, pero también implica reconstruir las relaciones sociales, cambiar nuestra visión de la planificación urbana y sanitaria, analizar las responsabilidades ambientales, y observar que tenemos en pleno siglo XXI barrios que todavía viven en el siglo XVIII, con aguas servidas, y/o con zanjas sin saneamiento. Esto implica un compromiso ambiental, sanitario o social muy importante. Implica también abandonar los relatos de culpabilidades externas y analizar cuánto de responsabilidad tenemos en las decisiones estructurales que hemos ido históricamente postergando. En fin, yo creo que el día después, parafraseando a Ortega y Gasset, nos obliga seriamente a repensar nuestra circunstancia.

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